En uno de los ensayos de su nuevo libro, 'El camino inesperado' (Lumen), Rebecca Solnit comienza con una imagen inquietante: ella va en bicicleta por su ciudad, San Francisco, pero comparte la calzada con muchos coches sin conductor. Trata de establecer contacto visual con ellos, pero solo ve «volantes fantasmales» que se mueven solos. Una vez, uno de estos vehículos atropelló a una mujer y era incapaz de detectar que la tenía debajo: «No puedes comunicarte con un coche autónomo, tienes que llamar a la central y esperar hasta que hagan algo». Finalmente, tuvieron que levantarlo con métodos tradicionales para rescatar a la mujer. No poder hablar ni siquiera con un conductor es otro punto perdido de contacto humano, en el contexto de una «pandemia de soledad y aislamiento» que, según defiende la autora, se diseña todos los días en Silicon Valley, justo al lado de su ciudad.
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«Yo estaba orgullosa de San Francisco: era la ciudad de la liberación gay, un refugio para disidentes, el lugar de la poesía experimental y donde se fundó una de las primeras organizaciones medioambientales del mundo, el Sierra Club. Ahora estoy horrorizada de presenciar estos cambios en primera fila». Cuenta cómo la propia ciudad está siendo engullida por las compañías tecnológicas, que van encareciendo los precios y fomentando la desigualdad extrema: «Podemos ver en esta distopía local que sus promesas de crear utopías siempre fueron falsas, peligrosas o ilusorias. Siempre te están diciendo que confíes en ellos, en sus maravillas: esta criptomoneda que destruye el ecosistema, esta IA que te deja sin trabajo, sin copyright y difunde desinformación... ese es su paraíso».
El libro es una colección de ensayos que trata muchos más temas, pero todos conectados, porque la interconexión de todo es una de las claves. La escritora y periodista que hace casi dos décadas publicaba 'Los hombres me explican cosas', uno de los hitos del feminismo actual, pasa por España estos días y nos recibe en las oficinas de su editorial en Madrid. Por la tarde irá a la Feria del Libro, después a varios eventos, después a Barcelona, después siempre a otro lugar. Una gira de promoción que contrasta con la vida que le gusta: «Para una escritora a la que le encanta la rutina y tener entre una hora y un año para pensar una idea, estos tours son lo opuesto. Ir a toda prisa, jet lag, horarios extraños, y —mira fijamente al entrevistador— responder preguntas a desconocidos en público sin tiempo para pensarlas. Pero es parte del trato, así que aquí estoy».
Para Solnit, pese a la vuelta de Trump o los reveses contra el derecho al aborto en su país, ni feministas ni activistas contra el cambio climático deben caer en el derrotismo. «Si tienes visión a corto plazo, dirás '¡Oh! No hemos conseguido nada, no hemos triunfado, ¡nos manifestamos el martes y no nos lo han dado todo para el miércoles!', pero extendiendo la mirada entiendes lo importantes y efectivas que han sido estas luchas». Dice sentirse como una tortuga milenaria a la hora de ver pasar los cambios: «Ha habido una indiscutible expansión de derechos, para muchos colectivos y para la naturaleza. De un día para otro no se abolió la esclavitud ni se consiguió el voto femenino. Hay que tener una perspectiva más lenta que el propio cambio, y si no... déjame contarte cómo era el papel de la mujer en la sociedad cuando yo era pequeña».
Aunque parezca paradójico, repite que los supuestos sacrificios que debemos hacer para frenar el cambio climático podrían ser en realidad más que beneficiosos en el día a día: «Creo que podemos crear un mundo en el que consumamos menos, produzcamos menos y gastemos menos. Podríamos tener más tiempo, no solo para estar con la gente que queremos, sino para encontrar más tiempo de intimidad con nosotros mismos. Una de las tragedias de Internet ha sido perder la profundidad del contacto real y la atención a nosotros mismos, como si fuéramos ballenas varadas en la orilla en lugar de estar en lo que podría ser nuestro yo más profundo».
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Solnit propone sustituir los términos 'derecha' e 'izquierda' por aislacionistas e interconexionistas, posicionándose claramente en el segundo grupo. «La versión del individualismo en la que no necesitamos a nadie es ridícula. Incluso la gente preparacionista del Apocalipsis en Estados Unidos se protege yendo a comprar cosas que hacen otros. El concepto del hombre hecho a sí mismo, que le encanta a la derecha, manifiesta sobre todo esta idea de la no responsabilidad, hacia nadie ni hacia nada: puedo hacer siempre lo que me dé la gana».
Ejemplifica esto con la pandemia, contraponiendo la Auntie Sewing Squad, una espontánea cuadrilla de costureras de mascarillas sin ánimo de lucro, que acabaron generando un movimiento social y cultural, frente a algunas voces muy influyentes en Internet que decían que ponerse mascarilla o vacunarse eran un signo de debilidad masculina. «Aquí compartimos el aire, hablamos una lengua con raíces similares, indoeuropeas, estamos conectados. El aislacionismo es casi siempre una ficción, y se acaba volviendo una tragedia mental. Musk, Trump, Vance o Zuckerberg claramente no son especímenes humanos muy felices: son muy destructivos y tienen una profunda pobreza emocional pese a su riqueza material».
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Uno de los puntos clave del libro es la negativa de Solnit de aceptar un supuesto centrismo, cuando se le dice a los progresistas que tienen que ser comprensivos con los votantes y dirigentes del 'Make America Great Again', el movimiento MAGA de Donald Trump: «Ser comprensivos con el perpetrador, eso es lo que me vuelve loca. A ellos nunca se les pide que traten de entender a una feminista negra, así que hay un tráfico de simpatía en una sola dirección que creo que es una patraña». La comunicación del departamento de inmigración, con la Secretaria de Seguridad Nacional Kristi Noem publicando vídeos triunfalistas de deportaciones, es uno de los aspectos más inquietantes de esta legislatura: «Espero que ella vaya a la cárcel. Que varios de ellos vayan a la cárcel. Ha violado no solo el derecho estadounidense, sino el internacional, llevando a esos hombres a El Salvador. La inmigración le está costando popularidad a Trump. Ves vídeos preciosos de personas defendiendo a sus vecinos del ICE [el servicio de control de inmigración], que recuerda a las peores policías secretas europeas del siglo pasado. Defienden a sus compañeros de clase, de trabajo, para que no se los lleven».
Sobre el señalamiento a los intelectuales como ella, a las universidades, a los periódicos o a la propia ciencia en su país, Solnit responde que «una de las cosas más útiles para el autoritarismo es decirle a la gente que solo les crea a ellos. Verdad, ciencia e historia son, entonces, competencia. Y los intelectuales son, de alguna manera, guardianes de todo ello». No obstante, el otro lado tampoco se libra: «por supuesto que hay intelectuales snob que no ayudan nada. Y hay mucha gente estúpida con un doctorado y gente brillante que nunca ha ido a la Universidad: a veces esa jerarquía de inteligencias es en realidad una jerarquía de estatus que no apoyo».
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Poco después de la DANA del pasado octubre, este periódico grabó una serie de podcast donde una librera, que había perdido por completo su negocio, acababa recomendando uno de los libros previos de Solnit, 'Un paraíso en el infierno', que trata de cómo el espíritu de la gente se enfrenta en comunidad a las consecuencias de las catástrofes. Lo recomendaba porque era exactamente lo que le había pasado. «No me sorprende que en Valencia hubiera estas bellas reacciones. Las librerías son mi hábitat natural, así que empatizo mucho. Lo más importante que aprendí hablando con supervivientes de grandes desastres no es que se comportaran con altruismo, valentía y creatividad, sino que habían encontrado un sentido de propósito, de encontrar significado a sus vidas. Eso es lo que queremos, conexión, propósito».
Los ensayos de 'El camino inesperado' fueron publicados en diversas revistas y periódicos antes de la vuelta de Trump, pero hay un epílogo que llama 'Credo', donde anima a todos a no desfallecer en esta nueva situación. Termina la entrevista ahondando en esta idea, dirigiéndose a los jóvenes: «Es verdad que en algunos sentidos el mundo está peor que nunca, pero en otros está mejor, por ejemplo si eres una mujer joven. Los jóvenes tenéis un gran poder, que se hará más grande conociendo gente que comparta vuestros puntos de vista y pasando a la acción juntos. Sociedad civil y activistas, han cambiado el mundo una y otra vez y eso no parará nunca».
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