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Pocas series de corte juvenil y ambientadas en el instituto logran convencer a sus espectadores cuando los protagonistas crecen y dan el salto a la universidad o salen al mercado laboral. Lo que pasa es que 'Cómo vender drogas online (a toda pastilla)', en Netflix, nunca ha sido una ficción de instituto al uso. Creada por Phillip Käbborhrer y Matthias Murmann, esta ácida producción alemana seguía los pasos de Moritz, un joven estudiante de unos 17 años, muy inteligente e igualmente pardillo, una mezcla entre el Michael Cera de 'Juno', el Jesse Eisenberg de 'Zombieland' y el Christopher Mitz-Plasse de 'Kick-Ass', al que encarna de forma exquisita Maximilian Mundt.
Moritz reside en Rinteln, un pueblo de algo menos de 30.000 habitantes, junto a su hermana y su padre, un agente de policía bastante incompetente, y al inicio de la serie llevaba un año esperando a que su novia Lisa (Lena Klenke) regresara de EE UU, donde había participado en un programa de intercambio con otro instituto. A su llegada, la joven le pedía que se dieran un descanso, así que Moritz comenzaba a escarbar en sus redes sociales hasta descubrir que su ya exnovia había empezado a coquetear con las drogas en su periplo por norteamérica. Celoso hasta la médula, el joven diseñaba un plan: poner en marcha la mayor tienda de venta de drogas en la 'dark web'.
¿Una suerte de 'Breaking Bad' en clave cómica y adolescente? Algo de eso había porque en su peripecia, Moritz reclutaba a su mejor amigo, Lenny (Danilo Kamperidis), un genio de la programación, con el que daban forma a un negocio que pronto tenía que vérselas con los camellos de la zona. Con rupturas constantes de la cuarta pared, unos diálogos divertidísimos y un montaje ágil, la ficción aprovechaba su trama para hablar de las relaciones tóxicas, del poder de las redes sociales y también trazaba paralelismos entre la empresa levantada por los dos amigos y las tecnológicas fundadas por Mark Zuckerberg, Jeff Bezos o Steve Jobs -sin ir más lejos, la relación entre ambos es similar a la que tuvieron Jobs y Steve Wozniak en los albores de Apple-, confirmando a Moritz como un auténtico cretino y un ser mezquino y ególatra, capaz de mentir y abandonar a sus amigos para salirse con la suya.
Tras tres temporadas geniales, que acababan con Moritz entre rejas, la ficción se tomó un respiro. Cuatro años después, la serie vuelve a Netflix con una cuarta temporada a modo de cierre -eso es al menos lo que han dicho sus creadores- que comienza por el final: con Moritz, Lenny y Dan, el más guapo pero también más simplón de los amigos, amordazados en una furgoneta en lo que bien podría ser el desierto de Almería. A partir de ahí será Moritz quien, rompiendo nuevamente la cuarta pared, explique las vicisitudes de esta nueva historia que arranca con su paso por la cárcel. Fue condenado a ocho años, pero solo estuvo cuatro por buen comportamiento y, además de probar distintos tipos de peinado -sorprende verle sin sus habituales rizos- se hizo un amigo que no dudará en contactarle cuando salga a la calle.
A su regreso a casa, el joven comprobará que las cosas han cambiado. Su padre fue expulsado del cuerpo de Policía y ahora trabaja para correos -«el mejor momento es cuando me toca una dirección difícil», le llega a decir-, mientras su hermana ha seguido ganando adeptos como 'influencer', así que buena parte del dinero que entra en casa proviene de las marcas que la patrocinan, de ahí los colores tan absurdos del nuevo coche o de la casa. Ante este triste panorama, Moritz se plantea poner en marcha una empresa online, esta vez de corte legal, y trata de reclutar a Lenny, que acaba de tener un hijo. Sin embargo, cuando acude a la fiesta de bienvenida, descubre que Dan ha montado una empresa que distribuye por todo el mundo bebidas energéticas para 'gamers' -otra oportunidad para la serie de zambullirse en el entorno tecnológico y empresarial- y que Lenny forma parte de la misma. Con unas oportunidades laborales poco atractivas en el horizonte, Moritz entrará a trabajar en la compañía de sus antiguos amigos, pero lo hará con un retorcido plan en mente. Mientras tanto, Lisa, la ex de Moritz, trata de meter la cabeza como periodista 'freelance' en un diario digital, investigando una serie de asesinatos recientes que parecen conectados entre sí de forma muy peculiar.
Comienza así una nueva entrega, algo más pausada y menos frenética, donde la comedia y la referencia constante a los gurús tecnológicos, como ese espejo en el que mirarse si uno quiere 'triunfar' en la vida, siguen siendo una constante, pero que también aprovecha para hablar del paso del tiempo, del paréntesis al que obligan los años en prisión y de las distintas prioridades que unos y otros tienen en sus vidas. Bien es cierto que Moritz no parece haber aprendido nada. Ya durante los primeros compases vuelve a demostrar su falta absoluta de escrúpulos y su ambición desmedida, algo que le llevará a traicionar a sus seres queridos y acabará poniéndole contra las cuerdas, merced a un exitoso empresario de los congelados. Con un final abierto, puede que 'Cómo vender drogas online (a toda pastilla)' aún no haya dicho su última palabra, pero si finalmente es así, es un broche casi perfecto. Ojalá hubiera más series así.
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