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En pleno centro de Salamanca se alza el Colegio de Santo Domingo de la Cruz: un edificio que ha sabido reinventarse sin perder su esencia. Fundado en el siglo XVI como templo del saber por voluntad de nobles y frailes, hoy es un espacio donde el arte dialoga con la historia, y donde la educación adopta nuevas formas a través de talleres, jardines escultóricos y exposiciones contemporáneas.
Fundado en el siglo XVI por los Duques de Béjar y Fray Domingo de Baltanás, fraile dominico, el edificio refleja el impulso que las órdenes religiosas dieron a la educación en aquella época. Como afirman los historiadores Clara Inés Ramírez y Juan Pablo Rojas Bustamante, el interés por los estudios generales marcó los últimos años del siglo XV.
El colegio, bajo la advocación dominica de Santo Domingo de la Cruz, acogió a tan solo ocho alumnos de los quince previstos, y funcionó como institución educativa apenas dieciséis años, entre 1535 y 1551. Las dificultades económicas y de mantenimiento del espacio forzaron su cierre. Tras siglos de transformación y uso diverso, el edificio renació como sala de exposiciones en 2002, coincidiendo con la capitalidad cultural de Salamanca.
La antigua aula y residencia estudiantil se ha transformado en una sala de exposiciones gestionada desde 2015 por la Fundación Venancio Blanco. El espacio acoge muestras de arte moderno y contemporáneo, con especial atención a la obra del escultor. La restauración conservó elementos originales como columnas y arcos, e incorporó mejoras estructurales y técnicas sin alterar la estética como el techo de madera.
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Cada seis meses se renuevan las exposiciones; actualmente se presenta «Algunas madres», dedicada a la maternidad, y en julio se abrirá una muestra sobre el realismo en la obra de Venancio Blanco. La sala cuenta con paneles móviles para facilitar el montaje y la renovación de las obras. La primera exposición fue sobre Rodin, en 2002.
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Detrás del edificio, los antiguos huertos dominicos se han transformado en jardines abiertos al arte y la creatividad. Con vistas privilegiadas a las catedrales y una notable biodiversidad, este espacio natural sirve también como escenario para actividades culturales, especialmente en verano.
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En 2015, la Fundación Venancio Blanco instaló una exposición permanente de esculturas en bronce, aluminio y acero, integrando la obra del artista con el paisaje. La naturaleza se convierte aquí en una fuente inagotable de inspiración: hojas, flores y piñas recogidas en el jardín son utilizadas en los talleres artísticos que tienen lugar en el antiguo colegio.
El alma del edificio es el taller de la Fundación Venancio Blanco. Abierto a niños y adultos, el taller ofrece actividades de dibujo, grabado, escultura, encuadernación y técnicas mixtas, todas con un enfoque en el reciclaje y el respeto por el entorno. Cartones de leche, hojas secas y materiales reutilizados se convierten en obras de arte. Además, tienen cinco tórculos que permiten realizar grabados, una herramienta poco común que convierte el espacio en un referente.
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Los más pequeños, de entre 5 y 11 años, participan dos veces por semana en actividades que estimulan su creatividad: desde estampación con elementos naturales hasta moldes en barro o escultura con materiales diversos. Los adultos, por su parte, pueden adentrarse en la encuadernación creativa y los plegados.
A la entrada de los jardines se encuentra un pozo que, en tiempos pasados, abastecía al colegio. Por allí pasaba el Arroyo de Santo Domingo, lo que dio lugar al cercano Puente de San Esteban, mandado construir por el dominico Domingo de Soto en el siglo XVI. Este puente fue, siglos más tarde, un obstáculo para la construcción de la Gran Vía debido a su estrechez. Aunque se propuso su derribo en 1939, finalmente fue conservado, manteniendo vivo un fragmento de la historia urbana de Salamanca.
Entre las esculturas del jardín destacan varias figuras de guerreros helenistas de Riace, creadas por Venancio Blanco con la técnica de fundición a la cera perdida. Esta antigua técnica consiste en modelar la figura primero en cera, añadirle tubos (bebederos) para que el bronce fundido fluya sin errores, recubrirla de cerámica refractaria y, tras calentarla en el horno, sustituir la cera por el bronce.
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Venancio dejó visibles los bebederos en algunas obras no solo por su funcionalidad, sino con una intención estética clara, integrándolos como parte del lenguaje escultórico. Aprendió esta técnica en Roma y la consideraba esencial en su proceso creativo, hasta el punto de representarla en la escultura que da la bienvenida en la sala de exposiciones.
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David González
Félix Oliva | Salamanca y Francisco González
Lourdes Pérez, Melchor Sáiz-Pardo, Sara I. Belled y Álex Sánchez
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